viernes, 3 de junio de 2011

Cibercultura: narración

Narración de ciencia ficción: “El microchin”

ANM1997 se despertó esa mañana exactamente a la misma hora que todos los días en lo que debía ir a trabajar. A las siete en punto, las persianas se abrieron a la vez que sus ojos, la radio se encendió sola, la cocina comenzó a oler a café caliente y las tostadas estaban ya preparadas. An, como le llaman sus amigos y su robot doméstico no tenía que hacer nada de esto. Sólo consultando su calendario y sabiendo que era un día de diario, su pequeño microchín sabía cuáles eran las rutinas de AN y había sincronizado todos los elementos domóticos de su casa para que estuvieran preparados tal y como el quería. Eso sí, si An no quería mantequilla y mermelada de fresa ese día en las tostadas, debía pensarlo antes de que estuvieran prearias, mientras se duchaba, para que su robot cambiara el menú.

Microchín lleva funcionando ya más de diez años injertado en el interior de la cabeza de An. Es un microchip de diseño y fabricación china (de ahí su nombre) que todos los países desarrollados del mundo comenzaron a imponer masivamente a sus habitantes desde 2030. El aparato se alimenta de los impulsos cerebrales, por lo que no necesita ser recargado y tiene la asombrosa capacidad de convertir todos los deseos y pensamientos de su portador en realidad, siempre que haya una máquina por medio que los pueda ejecutar y a la que microchín trasladará las órdenes de An.  

Así, la ducha ha dejado de echar agua en el mismo momento en que An ha pensado que ya estaba aclarado, la luz del pasillo se ha encendido cuando An ha enfilado la puerta y esta se ha abierto cuando An quería salir, para luego cerrarse también sola tras él. El ascensor ha acudido a su llamada y ha bajado hasta el portal donde el robot-portero le ha dado los buenos días dándole el parte meteorológico de la jornada. An ha subido en el SATC (Sistema Automático de Transporte Colectivo) que desde hace años sustituye en el interior de la ciudad a los vehículos particulares y que le lleva automáticamente a su trabajo junto a todos sus compañeros de la fábrica de embutidos de la que es cooperativista.

            Allí es donde conoció a BN2001, su compañera y amiga, con la que vuelve en el SATC tras terminar su jornada y que le lleva de nuevo al centro de la ciudad. Durante el camino, An ha ido haciendo los pedidos de su lista de la compra a través del monitor de su propio asiento, pensando en los productos que necesitaba mientras que el robot doméstico le mostraba los consumos de alimentos registrados en la última semana, junto a imágenes del interior del frigorífico o de los armarios de la cocina, por si a An se le había olvidado algo que pensar. Microchín se encarga de realizar el pedido al supermercado, de pagar y de coordinar su entrega con el robot de casa.

            AN1997 y BN2001 se trasladan al Centro de Desgaste Físico (antiguamente denominado gimnasio), un lugar que se ha convertido en obligatorio para todos los ciudadanos diariamente y que trata de cubrir la actividad y desgaste físico que su cuerpo ha dejado de realizar gracias al trabajo de los robots y a los microchíns que les transfieren las órdenes de los humanos. En el CDG, los ciudadanos tienen que desgastar un determinado número de grasas y realizar un esfuerzo muscular que microchín se encarga de contabilizar y transferir a una base de datos que los procesa y planifica su actividad en el CDG en la siguiente jornada.

             Tras el entrenamiento obligatorio, An y Bn quedan con el resto de compañeros en la propia zona de ocio del CDG. Cada uno piensa en el refrigerio que le apetece, sus microchips lo piden y un cibercamarero trae sus bebidas hasta la mesa de la terraza donde se encuentran.

            Pero, de repente, mientras conversan animadamente y ven su serie de televisión favorita proyectada en 3D sobre un holograma en la mesa, un joven irrumpe entre ellos con la cabeza ensangrentada gritando: “¡Os están engañando!. ¡Los microchins nos están volviendo esclavos de los chinos!, ¡despertad!”.  An le pide que se tranquilice y se siente, y le pregunta extrañado: “¿Pero qué estas diciendo, si éste es el paraíso?”.

El joven le cuenta que forma parte de una revuelta analógica contra el avance inhumano de la ciberrealidad. Forma parte de un grupo de universitarios que, experimentando nuevas aplicaciones para diseñar un microchíp español, de repente vieron como ningún aparato electrónico o mecánico les obedecía y todos sus ordenadores le señalaban la prohibición expresa de experimentar sobre el microchín, cuya licencia de investigación y propiedad residía en la República Popular China. “¿Has pensado ya en mi?”, le dice el joven a An. “Claro que sí”, contesta. “Pues ahora llegará la policía e intentará detenerme como ya ha hecho con el resto de mis compañeros porque me han localizado a través de ti. Al igual que todos los aparatos que manejamos ya con la mente, ellos nos manejan a nosotros, saben dónde estamos y lo que pensamos antes de hacerlo, por lo que pueden evitarlo y conducir nuestras acciones. Afortunadamente, en medio de la redada, yo me di un golpe en la cabeza y mi microchín no funciona ya”. Dicho esto, se bebió de un trago la cerveza de An y salió corriendo, perseguido por dos motojets de la policía conducidas por robots armados que le daban el alto con sus voces cibernéticas.

“Menudo loco. Este tío está grillado”, le dice Bn a An mientras el holograma vuelve a proyectarse sobre la mesa. An, sin embargo, no deja de pensar en las palabras del joven y sobre un documental que vió un día en su retina electrónica sobre el tratamiento de la voluntad por parte de los ciberchins antes de que estos se instalaran en los humanos. Pero, a pesar de estarlo pensando, An se extraña de que no aparezca proyectado en el holograma. “Nosotros pasamos de malos rollos. No venimos aquí a pensar sino a descansar y pasárnoslo bien”, le dicen sus amigos, cuyas voluntades mantienen el serial chino en pantalla.

            An se despide de sus compañeros y de su novia y se va a dormir. Inmediatamente aparece una unidad del Sistema Automático de Transporte Colectivo que le lleva automáticamente a casa. La puerta se abre ante él y su robot le da las buenas noches con la cena que él había soñado durante el entrenamiento recién preparada encima de la mesa. Esa noche se va a la cama pronto porque está cansado de la actividad de la jornada. Pero no puede dormir. Y uno de los pocos defectos de microchín es que no funciona correctamente en estado de duermevela, cuando los sueños se confunden con la realidad y el aparato no puede descodificar ni tratar los pensamientos, al igual que ocurre cuando dos pensamientos contrapuestos entran en conflicto.

            A la mañana siguiente, An se despierta pero las persianas están bajadas, el desayuno no está preparado y ni siquiera la puerta se abre. Mira al reloj y se da cuenta de que es mucho más tarde de lo habitual. Piensa en poner la radio, pero ésta no se pone. La domótica de su casa no funciona y su robot personal duerme el sueño de los justos en el escobero. Intenta salir de su casa pero la puerta no se abre. La fuerza, debe bajar por las escaleras porque el ascensor tampoco funciona y en el portal nadie te abre la puerta tampoco. "¿Por qué nada funciona?" se pregunta An. La calle está completamente vacía. Por supuesto, An no puede moverse por el transporte mecanizado.

      An sólo encuentra a gente como él, andando por la calle sin mecanismos tecnológicos que les den servicio. Entre ellos está el joven ensangrentado al que la policía perseguía. Le explica que toda la cibersociedad deja de funcionar por un apagón provocado por la explotación indiscriminada de la energía por parte de la humanidad. Se ha estudiado mucho sobre el consumo pero poco sobre la producción de fuentes no contaminantes. Nada funciona y la gente decide emigrar a los países no tecnificados, donde las cosas todavia pueden funcionar manualmente.

En este contexto, el microprocesador integrado en el cerebro hace que todos los aparatos electrónicos funcionen sólo con la mera voluntad, pero ésta no es real del todo. Los chinos mandan en el mundo (en los años veinte se hicieron los años de los bancos y de las empresas teconlógicas y en los años treinta comenzaron a controlar todos los gobiernos del mundo "civilizado") porque son los fabricantes, diseñadores y programadores de estos microchips que permiten tener cierta sensación de libertad e independencia, pero realmente tienen un bloqueador que no permite pensar fuera de las grandes líneas impuestas por el Partido Comunista Chino, que gana a Occidente por su afán consumista.


http://www.forosperu.net/showthread.php?t=3058

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